Finamente llegó el más hermoso de los días. ¡Qué inefables recuerdos han dejado en mi alma hasta los más pequeños detalles de esta jornada de cielo...! El gozoso despertar de la aurora, los besos respetuosos y tiernos de las profesoras y de las compañeras mayores... La gran sala repleta de copos de nieve, con los que nos iban vistiendo a las niñas una tras otra. Y sobre todo, la entrada en la capilla y el precioso canto matinal «¡Oh altar sagrado, que rodean los ángeles!»
Pero no quiero entrar en detalles. Hay cosas que si se exponen al aire pierden su perfume, y hay sentimientos del alma que no pueden traducirse al lenguaje de la tierra sin que pierdan su sentido íntimo y celestial. Son como aquella «piedra blanca que se dará al vencedor, en la que hay escrito un nombre nuevo que sólo conoce el que la recibe».
¡Qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi alma...! Fue un beso de amor. Me sentía amada, y decía a mi vez: «Te amo y me entrego a ti para siempre».
No hubo preguntas, ni luchas, ni sacrificios. Desde hacía mucho tiempo, Jesús y la pobre Teresita se habían mirado y se habían comprendido... Aquel día no fue ya una mirada, sino una fusión. Ya no eran dos: Teresa había desaparecido como la gota de agua que se pierde en medio del océano. Sólo quedaba Jesús, él era el dueño, el rey. ¿No le había pedido Teresa que le quitara su libertad, pues su libertad le daba miedo? ¡Se sentía tan débil, tan frágil, que quería unirse para siempre a la Fuerza divina...!
Su alegría era demasiado grande y demasiado profunda para poder contenerla. Pronto la inundaron lágrimas deliciosas, con gran asombro de sus compañeras, que más tarde comentaban entre ellas: «-¿Por qué lloraba? ¿Habría algo que la atormentaba? -No, sería porque no tenía a su madre a su lado, o a su hermana la carmelita a la que tanto quiere». No comprendían que cuando toda la alegría del cielo baja a un corazón, este corazón desterrado no puede soportarlo sin deshacerse en lágrimas... No, el día de mi primera comunión, no me entristecía la ausencia de mamá: ¿no estaba el cielo dentro de mi alma, y no ocupaba en él un lugar mi mamá desde hacía mucho tiempo? Entonces, al recibir la visita de Jesús, recibía también la de mi madre querida, que me bendecía y se alegraba de mi felicidad...
Y no lloraba tampoco la ausencia de Paulina. Qué duda cabe que me habría encantado verla a mi lado, pero hacía mucho tiempo que había aceptado ese sacrificio. Aquel día, sólo la alegría llenaba mi corazón; y yo me unía a mi Paulina, que se estaba entregando de manera irrevocable a Quien tan amorosamente se entregaba a mí...
Por la tarde, fui yo la encargada de pronunciar el acto de consagración a la Santísima Virgen. Era justo que yo, que había sido privada tan joven de la madre de la tierra, hablase en nombre de mis compañeras a mi Madre del cielo. Puse toda mi alma al hablarle y al consagrarme a ella, como una niña que se arroja en los brazos de su Madre y le pide que vele por ella. Y creo que la Santísima Virgen debió de mirar a su florecita y sonreírle. ¿No la había curado ella con su sonrisa visible...? ¿No había ella depositado en el cáliz de su florecita a su Jesús, la Flor de los campos y el Lirio de los valles...?
Fue la Primera Comunión el 19 de abril de 1891 en la iglesia de San Miguel, lo que más influyó en ella. Desde aquel día "nada de rabietas" afirmaba su madre. Al salir de la iglesia, al término de la ceremonia, le dijo a su amiga y confidente María Luisa Hallo: "No tengo hambre, Jesús me ha alimentado..." (Ibd.). Podemos adivinar la intensidad de este primer encuentro con el Cuerpo de Cristo a través de una poesía que escribió 7 años más tarde en que dice "En el aniversario de aquel día, que Jesús fue morada el alma mía, y de Dios posesionó mi corazón. De modo que a partir de aquella hora, después de ese coloquio misterioso, de aquella conversación divina, silenciosa, solo aspiraba a darle yo, a devolverle algo de su gran Amor, al Amado Esposo de la Eucaristía, que moraba en mi débil corazón, llenándolo de todos sus tesoros" (P 47).
Presentamos algunos textos de Santa Teresa Benedicta de la Santa Cruz, conocida popularmente por Santa Edith Stein, sobre el sentido de la Cruz en la vida cristiana: "El peso de la Cruz, que Cristo ha cargado, es la corrupción de la naturaleza humana con todas sus consecuencias de pecado y sufrimiento, con las cuales es castigada la humanidad caída. Sustraer del mundo esa carga, ése es el sentido último de la via crucis... La totalidad de las culpas humanas, desde la primera caída hasta el día del juicio, tiene que ser borrada por una expiación equivalente. La via crucis es esta reparación. Las tres caídas de Cristo bajo el peso de la Cruz corresponden a la triple caída de la humanidad: el pecado original, el rechazo del Redentor por su pueblo elegido, la apostasía de aquellos que llevan el nombre de cristianos."
Explica cómo nos asociamos a Cristo en el cargar la Cruz: "El Salvador no está solo en el camino de la Cruz y no son sólo los enemigos los que le acosan, sino también hombres que le apoyan: como modelo de los seguidores de la cruz de todos los tiempos tenemos a la Madre de Dios; como tipo de aquellos que asumen el peso del sufrimiento impuesto y soportándolo reciben su bendición, tenemos a Simón de Cirene; como representantes de aquellos que aman y se sienten impulsados a servir al Señor está Verónica... es Cristo-Cabeza quien expía el pecado en estos miembros de su cuerpo místico que se ponen a disposición de su obra de redención en cuerpo y alma...
Los justos de la Antigua Alianza le acompañan en el camino entre la primera y la segunda caída. Los discípulos y discípulas que se reunieron en torno a él durante su vida terrena son los que le ayudan en el segundo tramos. Los amantes de la Cruz, que él suscitó y que nuevamente y siempre suscita en la historia cambiante de la Iglesia militante, son sus aliados en el último tramo. Para ello hemos sido llamados también nosotros"
Por último, distingue el sentido propio de la expiación cristiana, que no busca el dolor por el dolor, sino que es participación en el Misterio de Cristo, y señala la paradoja de ese gozar en medio del sufrimiento por amor a Cristo: "La expiación voluntaria es lo que nos une más profundamente y de un modo real y auténtico con el Señor... la expiación une más íntimamente con Cristo, al igual que una comunidad se siente más íntimamente unida cuando realizan juntos un trabajo, o al igual que los miembros de un cuerpo se unifican cada vez más en el juego orgánico de sus funciones...
Ayudar a Cristo a cargar con la Cruz proporciona una alegría fuerte y pura...
El sufrimiento humano recibe fuerza expiatoria sólo si está unido al sufrimiento de la cabeza divina. Sufrir y ser felices en el sufrimiento, estar en la tierra y, con todo, reinar con Cristo a la derecha del Padre; con los hijos de este mundo reír y llorar y con los coros de los ángeles cantar ininterrumpidamente alabanzas a Dios: ésta es la vida del cristiano hasta el día en que rompa el alba de la eternidad."
Con motivo de estos días de oración por la unidad de los cristianos, incluimos varias reflexiones de Chiara Lubich en torno a la unidad y el ecumenismo.
-"El tiempo presente le exige a cada uno de nosotros amor, unidad, comunión, solidaridad. Y llama también a las Iglesias a recomponer la unidad lacerada desde hace siglos... Es el primer paso, necesario, hacia la fraternidad universal con todos los hombres y las mujeres del mundo".
-24 de mayo de 1961 Chiara anotó en su diario: "La voluntad de Dios es el amor recíproco. Por lo tanto para suturar esta ruptura es necesario amarnos".
-"Habiendo puesto, en la base de nuestra vida, la mutua, radical y continua caridad, Jesús está así presente en medio nuestro para llevarnos a decir con san Pablo: '¿Quién nos separará del amor de Cristo?' (Rm 8, 35). 'Nadie podrá separarnos' porque es Cristo quien nos une".
-La espiritualidad de la unidad, vivida en lo cotidiano, hace por lo tanto caer los prejuicios de siglos, y suscita un "diálogo de la vida". Como ha dicho Chiara Lubich al Consejo Mundial de Iglesias: "por ello nosotros nos sentimos ya en familia; sentimos que componemos entre nosotros, de distintas Iglesias, un pueblo cristiano que involucra no sólo a laicos, sino también a sacerdotes, pastores, obispos, aun si todavía se ha de componer la plena y visible comunión entre nuestras Iglesias. No es un diálogo que se contrapone o se yuxtapone al de las llamadas cumbres o responsables de las Iglesias, sino un diálogo en el que los cristianos pueden participar. Es como levadura que reaviva entre todos el sentido que -siendo cristianos y bautizados, con la posibilidad de amarnos- todos podemos contribuir a la realización del Testamento de Jesús: «Que todos sean uno».
-Pero como sabemos, tender a la unidad no es fácil. Para realizar las palabras «Que todos sean uno» (cf. Juan17,21), Jesús en la cruz con su grito «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mateo 27,46) revela su amor ilimitado hacia todos, y nos indica el camino de la unidad para revivirlo, para imitarlo. Gracias a Jesús abandonado, reconocido y acogido en cada dolor y desunidad como nuestro único bien (Salmo16,2) la unidad no es más una utopía.
-A pesar de la falta de la comunión plena entre las Iglesias, advertí que entre estas personas -anglicanos, católicos, metodistas, bautistas, miembros de las Iglesias libres- lo que nos unía era más fuerte que las diferencias. Éramos un corazón solo y un alma sola por el Evangelio de la unidad que vivimos juntos, una porción de cristiandad viva. Conociéndonos y viviendo la misma espiritualidad, teniendo a Jesús y su luz entre nosotros, se valoraba al máximo el hecho de ser todos miembros del Cuerpo místico de Cristo por el común bautismo.
Con roda la Iglesia pedimos el don del Paráclito:
Ven, Espíritu Santo,
Llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu amor.
V/ .Envía, Señor, tu Espíritu.
R/. Y renovarás la faz de la tierra.
Oración:
Oh Dios, que habéis instruido los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo, concedednos según el mismo Espíritu conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo nuestro Señor.
R/. Amén.
Coincidiendo con el primer domingo de mes, dedicado a Caritas presentamos algunas consideraciones del Papa en torno a los pobres.
En primer lugar, el Papa Francisco explica porque el concepto de "pobre" tiene un lugar privilegiado en la Iglesia: "El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo «se hizo pobre» (2 Co8,9). Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres." Es decir, la pobreza es un atributo de identificación con Cristo.
Toda la vida de Cristo está marcada por la pobreza, también la fiesta de hoy lo manifiesta: "fue presentado en el Templo junto con dos pichones, la ofrenda de quienes no podían permitirse pagar un cordero (cf. Lc 2,24; Lv 5,7)"
De ahí que "para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga «su primera misericordia»". La Iglesia antes que hablar de los pobres, está llamada a hablar con los pobres.
Prosigue explicando la dimensión espiritual de esta consideración, citando a su predecesor: "Esta opción —enseñaba Benedicto XVI— «está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza»"
El Papa sitúa a los pobres en el centro de la Nueva Evangelización: "Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia."
El Papa tiene una mirada privilegiada, atenta y considerada con los pobres, puesto que mira al pobre «considerándolo como uno consigo»: "Esto implica valorar al pobre en su bondad propia, con su forma de ser, con su cultura, con su modo de vivir la fe. El verdadero amor siempre es contemplativo, nos permite servir al otro no por necesidad o por vanidad, sino porque él es bello, más allá de su apariencia". No se trata de mirar a los pobres desde arribar, sino de compartir con ellos nuestro caminar hacia Cristo.
Por esto mismo, no podemos cerrarles las puertas a la vida de fe, a la vida cristiana. Con palabras exigentes, el Papa exhorta: "quiero expresar con dolor que la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria."
Por último, nos involucra a todos en el amor a los pobres: "Nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos".
La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria.
El Santo Padre comentó el evangelio de la fiesta de Santo Tomás Apóstol, y afirmó que para encontrar al Dios vivo "hay que besar con ternura las llagas de Jesús en nuestros hermanos hambrientos, pobres, enfermos y en los que están en la cárcel".
Después de la resurrección, dijo el Papa Francisco, Jesús se aparece a los apóstoles, pero Tomás no estaba allí: "quería que esperara una semana. El Señor sabe por qué hace las cosas. A cada uno de nosotros le da el tiempo que él piensa que es mejor para nosotros. A Tomás le ha concedido una semana. Jesús se presenta con sus llagas: todo su cuerpo estaba limpio, hermoso, lleno de luz – continuó el Santo Padre -, pero las llagas estaban y están todavía, y cuando el Señor vendrá, al final del mundo, nos enseñará sus llagas. Tomás, para creer, quería meter sus dedos en las llagas: era un testarudo. Pero el Señor quiso precisamente un testarudo para hacernos comprender algo más grande. Tomás vio al Señor, que le invitó a meter el dedo en la herida de los clavos, a poner su mano en el costado y no dijo: es verdad: el Señor ha resucitado. ¡No! Fue más allá. Dijo: ¡Dios! Es el primer discípulo que confiesa la la divinidad de Cristo después de la resurrección. Y que adora".
"Otros - dijo el Papa - pensaban que para llegar a Dios hay que ser mortificado y austero, y han elegido el camino de la penitencia: sólo la penitencia y el ayuno. Y ni siquiera estos llegaron al Dios vivo, a Jesucristo Dios vivo. Son los pelagianos, que creen que con su esfuerzo pueden llegar. Pero Jesús nos dice que la manera de encontrarle es encontrando sus llagas, y las llagas de Jesús las encuentras con las obras de misericordia, dando al cuerpo y al alma, sobre todo al cuerpo – subrayó el Papa – de tu hermano llagado, porque tiene hambre, porque tiene sed, porque está desnudo, porque está humillado, porque es un esclavo, porque está en la cárcel, porque está en el hospital. Esas son las llagas de Jesús hoy. Y Jesús nos invita a dar un acto de fe, en Él, pero a través de estas llagas. ¡Vale, muy bien! ¡Hagamos una fundación para ayudar a todo el mundo y hacer tantas cosas buenas! Eso es importante, pero si nos quedamos en este nivel seremos sólo filantrópicos."...
"Tenemos que tocar las llagas de Jesús, debemos acariciar las llagas de Jesús, tenemos que curar las llagas de Jesús con ternura, tenemos que besar las llagas de Jesús, y esto literalmente. Pensemos, ¿qué pasó con San Francisco, cuando abrazó al leproso? Lo mismo que a Tomás, que su vida cambió. Para tocar al Dios vivo – afirmó el Papa - no hay necesidad de hacer un curso de actualización, sino entrar en las llagas de Jesús, y para ello basta salir a la calle. Pidamos a Santo Tomás a gracia de tener el coraje para entrar en las llagas de Jesús con nuestra ternura y seguramente tendremos la gracia de adorar al Dios vivo".
¡Muchas gracias! por lo que están haciendo, por el trabajo.
Estoy contento que estén reunidos y que tengan esperanza mirando adelante. Porque cuando miramos atrás siempre quedamos aprisionados por la dificultad de las tribulaciones, los problemas. Bueno, esas cosas que suceden en la vida y que nos hacen sufrir. Así que hay que mirar adelante como ustedes.
Institucionalmente la Caritas es parte esencial de la Iglesia. Una Iglesia sin la caridad no existe. Y la Caritas es la institución del amor de la Iglesia. La Iglesia se hace institución en la Caritas. Por eso la Caritas tiene esa doble dimensión: Una dimensión de acción; acción social entre comillas. Acción social en el sentido más amplio de la palabra. Y una dimensión mística, es decir, metida en el corazón de la Iglesia. La Caritas es la caricia de la Iglesia a su pueblo. La caricia de la Madre Iglesia a sus hijos, la ternura, la cercanía.
Pensemos en la belleza de la Madre Teresa de Calcuta cuya luminosidad no proviene de ningún maquillaje ni de ningún efecto especial sino de ese resplandor que tiene la caridad cuando se desgasta cuidando a los más necesitados, ungiéndolos con ese aceite perfumado de su ternura. Cuando pensamos en ella nuestro corazón se llena de una belleza que no proviene de los rasgos físicos o de la estatura de esta mujer sino del resplandor hermoso de la caridad con los pobres y desheredados que la acompaña.
En el Jesús roto de la cruz que no tiene apariencia ni presencia a los ojos del mundo y de las cámaras de TV, resplandece la belleza del amor hermoso de Dios que da su vida por nosotros. Es la belleza de la caridad, la belleza de los santos. Cuando pensamos en alguien como la madre Teresa de Calcuta nuestro corazón se llena de una belleza que no proviene de los rasgos físicos o de la estatura de esta mujer, sino del resplandor hermoso de la caridad con los pobres y desheredados que la acompaña.
A continuación, presentamos el texto de una homilia el entonces Cardenal Bergoglio, donde presenta dos realidades en torno a la escucha: primero, que Dios "ama escuchar"; y segundo, que "para ayudar a alguien primero hay que escucharlo".
"La lectura del Exodo nos dice algo muy simple y a la vez muy hermoso, muy consolador: Que Dios nos escucha. Que Dios, nuestro Padre, escucha el clamor de su pueblo. Este clamor silencioso de la fila interminable que pasa delante de San Cayetano. Nuestro Padre del Cielo escucha el rumor de nuestros pasos, la oración que vamos musitando en nuestro corazón, a medida que nos acercamos.
Nuestro Padre escucha los sentimientos que nos conmueven, al recordar a nuestros seres queridos, al ver la fe de los otros y sus necesidades, al acordarnos de cosas lindas y cosas tristes que nos han pasado este año... Dios nos escucha.
Él no es como los ídolos, que tienen oídos pero no escuchan. No es como los poderosos, que escuchan lo que les conviene. Él escucha todo. También las quejas y los enojos de sus hijos. Y no sólo escucha sino que ama escuchar. Ama estar atento, oír bien, oír todo lo que nos pasa.
Por eso nos dice Jesús "el Padre sabe bien lo que necesitamos" y no hace falta hablarle mucho. Basta con el Padrenuestro. Porque Él escucha hasta nuestros pensamientos más íntimos. El Evangelio dice que ni un pajarito cae en tierra sin el Padre. Y bien podría ser que diga: "sin que el Padre escuche que cae".
Hoy venimos a pedir dos gracias: la gracia de "sentirnos escuchados" y la gracia de "estar dispuestos a la escucha". Con Jesús y san Cayetano queremos aprender a escuchar y a ayudar a nuestros hermanos. Éste es el lema que nos llevaremos en el corazón.
Escuchemos ahora, atentamente, cómo nos habla nuestro Dios en la Sagrada Escritura.
Dice: "Yo soy el Dios de tus padres... y tengo bien vista la opresión de mi pueblo que está en Egipto. He escuchado sus gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, Yo conozco muy bien sus sufrimientos" (Ex 3, 6-7). Nuestro Padre escucha todos nuestros gritos de dolor, pero escucha de manera especial los gritos de dolor provocados por la injusticia : provocados, dice, por los capataces de los Faraones de este mundo. Hay dolores y dolores. Los del salario retenido, los de la falta de trabajo, son de los dolores que claman al cielo. Ya lo dice el Apóstol Santiago: "Miren; el salario que no han pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos" (Sant 5, 4). Los dolores que van con injusticia claman al cielo, porque son dolores que se pueden evitar, simplemente siendo justos, privilegiando al más necesitado, creando trabajo, no robando, no mintiendo, no cobrando de más, no ventajeando...
En el Evangelio del Juicio final también se nos habla de una escucha. Jesús separa las ovejas de las cabras y dice a las ovejitas: "Vengan benditos de mi Padre, reciban el reino en herencia, porque tuve hambre y Ustedes me dieron de comer...". Los justos le preguntan "Pero ¿cuándo, Señor, te vimos hambriento...?" Y el Señor les responde: "Cada vez que ayudaron al más pequeño de mis hermanos, me estaban ayudando a mí".
La parábola del juicio final es la manera que tiene Jesús de decirnos que Dios ha estado atento a toda la historia de la humanidad. Que Él ha escuchado cada vez que algún pobrecito pedía algo. Cada vez que alguien, aunque fuera con voz bajita, como la gente más humilde que pide que casi ni se la oye, cada vez que alguno de sus hijitos ha pedido ayuda, Él ha estado escuchando. Y lo que va a juzgar en nosotros los hombres es si hemos estado atentos junto con Él, si le hemos pedido permiso para escuchar con su oído, para saber bien qué les pasa a nuestros hermanos, para poder ayudarles. O si al revés, nos hemos hecho los sordos, nos hemos puesto los walkman, cosa de no escuchar a nadie. Él escucha y, cuando encuentra gente que tiene el oído atento como el suyo y que responde bien, a esa gente la bendice y le regala el Reino de los cielos.
Esto de la escucha es una gracia muy grande, y hoy se la pedimos a San Cayetano para nuestro pueblo, para todos nosotros: que nos sepamos escuchar. Porque para ayudar a alguien, primero hay que escucharlo. Escuchar qué le pasa, qué necesita. Dejarlo hablar y que él mismo nos explique lo que desea. No basta con ver. A veces las apariencias engañan. Saber escuchar es una gracia muy grande. Fíjense que nuestro Padre del Cielo nos recomienda vivamente una sola cosa, y es que "escuchemos a Jesús, su Hijo". Ésa es la esperanza del Padre: "escucharán a mi Hijo". Y Jesús nos dice que cuando escuchamos a nuestros hermanos más pequeños, lo escuchamos a Él.
¿Cómo puede ser que haya gente que diga que Dios no habla, que no se entiende bien lo que quiere decir? Claro, es gente que no escucha a los pobres, a los pequeños, a los que necesitan... Gente que sólo escucha las voces machaconas de la propaganda y de las estadísticas y no tiene oídos para escuchar lo que dice la gente sencilla.
Escuchar no es oír, simplemente. Escuchar es atender, querer entender, valorar, respetar, salvar la proposición ajena... Hay que poner los medios para escuchar bien, para que todos puedan hablar, para que se tenga en cuenta lo que cada uno quiere decir.
La novena de San Cayetano es un ejemplo de escucha. Durante todo el año se trabaja preguntando a la gente qué es lo que más quiere pedir este año, qué es lo que se necesita. Y se reza y se discierne entre todas las peticiones. Así se va formando el lema de la novena.
Porque el Santo es como si fuera un oído especial de nuestro Padre para una petición especial de su pueblo: la del pan y la del trabajo. Los santos son como los oídos de Dios, uno para cada necesidad de su pueblo. Y también nosotros podemos ser santos en este sentido, ser oído de Dios en nuestra familia, en nuestro barrio, en el lugar donde nos movemos y trabajamos. Ser una persona que escucha lo que necesita la gente, pero no sólo para afligirnos o para ir a contarle a otro, sino para juntar todos estos reclamos y contárselos al Señor. Cuántos ya lo hacen trayendo los papelitos y las peticiones de sus familiares a los pies del santo. Además de la propia petición cada uno viene con la de otro que le encomendó por que no podía venir. Bueno, ésa es la escucha que San Cayetano nos enseña y que nosotros aprendemos: estar dispuestos a escuchar como escucha el santo, como escucha nuestro Padre Dios. Escuchar para así poder ayudar: intercediendo y dando una mano.
Que la Virgen nuestra Madre, que es la predilecta de Dios y de su Pueblo en esto de escuchar y pasar mensajes de buenas noticias, reciba nuestros ruegos y nos dé la gracia de sabernos escuchar." (Homilía del cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires, en la fiesta de San Cayetano (7 de agosto de 2006))