Todos los Viernes de Cuaresma tendremos el rezo del Via Crucis a las 18:45h. en la Iglesia.
El Vía Crucis o Camino a la Cruz es una de las más antiguas devociones practicadas por los Católicos en todo el mundo. Consiste en acompañar a Jesús en su Pasión y Muerte, en sus horas finales, repasando 14 momentos (las 14 Estaciones del Vía Crucis) desde que fue condenado a muerte hasta su sepultura.
Más recientemente a veces se suele agregar una nueva 15ª Estación: la Resurrección del Señor, en consideración a que si Cristo no resucitó, vana sería nuestra Fe (1 Cor 15, 14).
El Vía Crucis se reza de pie, y en algunos momentos de rodillas. Debe hacerse caminando, deteniéndose en cada estación, para recordar el camino de Jesús al Calvario. Es por eso que las imágenes de la representación del Vía Crucis están en la pared, alrededor del templo. Si se reza en casa, ayuda tener en la mano imágenes de la Pasión y Muerte del Señor, para que puedas recordar e imaginar su dolor.
Este miércoles 18 de febrero, comenzamos la cuaresma. En todas las misas se impondrá la ceniza y a las 17:30h tendremos una celebración para todos los niños y jóvenes de la parroquia.
-El ayuno y la abstinencia: El miércoles de ceniza y el viernes santo son días de ayuno y abstinencia. La abstinencia obliga a partir de los 14 años y el ayuno de los 18 hasta los 59 años. El ayuno consiste hacer una sola comida fuerte al día y la abstinencia es no comer carne. Este es un modo de pedirle perdón a Dios por haberlo ofendido y decirle que queremos cambiar de vida para agradarlo siempre.
Fomentar la conversión del corazón, especialmente durante este tiempo
Comienza la Cuaresma, tiempo de penitencia y de renovación interior para preparar la Pascua del Señor. La liturgia de la Iglesia nos invita sin cesar a purificar nuestra alma y a recomenzar de nuevo.
Dice el Señor Todopoderoso: Convertíos a mí de todo corazón: con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones, no las vestiduras, convertíos al Señor Dios nuestro, porque es compasivo y misericordioso..., leemos en la Primera lectura de la Misa de hoy. Y, en el momento de la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas, el sacerdote nos recuerda las palabras del Génesis, después del pecado original: Memento homo, quia pulvis es... Acuérdate, hombre, de que eres polvo y en polvo te has de convertir.
La iglesia celebra el día 2 de febrero, la jornada de Oración por la Vida Consagrada. Tenemos entre nosotros tres conventos por los que rezar de modo especial. La Consolación, El Asilo y las Carmelitas del Caminas. Ellas lo hacen a diario por todos nosotros. ¡Gracias por esa dedicación! También celebraremos la Fiesta de la Candelaria.
Querido Jesús: Si buscas niños y niñas que quieran compartir con otros niños, yo soy uno de ellos.
Si buscas niños y niñas dispuestos a ayudar a quien lo necesite, yo soy uno de ellos.
Si buscas niños y niñas que hablen de ti y de la Virgen a los demás, yo soy uno de ellos.
Si buscas niños y niñas decididos a construir un mundo mejor, yo soy uno de ellos.
Si buscas niños y niñas que recen para conseguir todo esto, escucha nuestra oración, porque yo soy uno de ellos.
Amén.
El profesor Ratzinger explicaba que el Señor no sólo viene un momento, sino que permanece y, por tanto, recibir al Señor se prolonga más allá de la Misa:
"¿Qué quiere decir recibir al Señor? Nunca se trata solamente de un proceso corporal, como cuando ingiero un trozo de pan. Por eso nunca puede tratarse aquí solo de los sucedido en un momento. Recibir a Cristo significa acceder a él, adorarlo. Por esta razón la comunión puede extenderse más allá del momento de la celebración eucarística, incluso tiene que hacerlo. A medida que la Iglesia ha profundizado más en el misterio eucarístico, ha comprendido cada vez mejor que la comunión no puede celebrarse por completo en los solos minutos destinados a la Misa. Solamente cuando la vela del Santísimo se encendió en las iglesias y el sagrario fue colocado junto al altar, germinaron simultáneamente los brotes del misterio y la plenitud del misterio eucarístico fue asumida por la Iglesia. Allí está siempre el Señor... En el edificio de la iglesia está siempre la Iglesia, porque el Señor siempre se regala, porque el misterio eucarístico permanece, y porque nosotros, al acercarnos a él, estamos incluidos continuamente en el culto de toda la Iglesia que cree, ora y ama."
A propósito de la vitalidad de la iglesia, el Cardenal Ratzinger escribía palabras con expresiones similares al Papa Francisco:
"Todos sabemos cuál es la diferencia que hay entre una iglesia impregnada por la oración y una iglesia convertida en museo. Hoy nos encontramos ante el gran peligro de que nuestras iglesias lleguen a ser museos y que suceda con ellas como con los museos: si no están cerrados son desvalijados. Ya no hay vida en ellas. La medida de la vitalidad de la iglesia, el grado de su apertura interna, se manifiesta en que puede tener sus puertas abiertas, ya que es una iglesia impregnada por la oración."
Joseph Ratzinger explica:
Todas las posibilidades espirituales de nuestro cuerpo necesariamente se encauzan a la Eucaristía: cantar, hablar, guardar silencio, sentarse, estar de pie, arrodillarse.
Quizás en tiempos pasados hemos desatendido demasiado el canto y la plática y nos manteníamos exclusivamente callados, unos al lado de otros; hoy, por el contrario, tenemos el peligro de olvidar el silencio. Pero los tres en conjunto -canto, discurso, silencio- son la única respuesta en la que la plenitud de nuestra corporalidad espiritual se abre al Señor.
Y esto mismo es válido para las tres actitudes corporales básicas: sentarse, estar de pie, arrodillarse. También en este caso quizás antiguamente se olvidó demasiado el estar de pie y en parte el sentarse, como expresión de un escuchar relajado, y se atendía con demasiada exclusividad al arrodillarse; y también aquí nos encontramos hoy con el peligro contrario. Y, sin embargo, también aquí es necesaria la expresión propia de las tres actitudes. A la liturgia le es propia la escucha atenta, sentados, a la Palabra de Dios; también el mantenerse de pie como expresión de disponibilidad, tal como Israel comía de pie el cordero pascual, para hacer patente su estar presto para la salida, guiado por la Palabra de Dios. Y, más allá de esto, mantenerse en pie es también expresión de la victoria de Jesucristo: el final de un desafío queda el vencedor, que se mantiene en pie. Su importancia surge de que Esteban antes de su martirio ve a Cristo de pie a la derecha de Dios (Hch 7, 56). Nuestro permanecer de pie durante el Evangelio supera, pues, la gesta del Éxodo, que compartimos con Israel, nos mantenemos de pie junto al resucitado, confesando su victoria.
Finalmente, también es esencial el arrodillarse: como cuando estamos de pie en actitud corporal de oración, estamos listos, dispuestos, pero a la vez nos inclinamos ante la grandeza del Dios vivo y de su nombre. Jesucristo mismo, según el relato de san Lucas, oró de rodillas las últimas horas antes de su pasión en el huerto de los olivos (Le 22, 41). Esteban cayó de rodillas, cuando antes de su martirio vio el cielo abierto y a Cristo de pie (Hch 7, 60). Ante él, que está en pie, Esteban se arrodilla. Pedro rezó arrodillado, para suplicar a Dios la resurrección de Tabita (Hch 9, 40). Pablo, después de su gran discurso de despedida ante los presbíteros de Éfeso (antes de su partida hacia Jerusalén y caer en cautividad) rezó arrodillándose con ellos (Hch 20, 36). Del modo más intenso se expresa el himno cristológico de la carta a los Filipenses (Flp 2,6-1 l), que traslada a Jesucristo la promesa isaiana del homenaje que rinde toda la creación arrodillada ante el Dios de Israel: Jesús es aquél a «cuyo nombre doblan su rodilla los seres del cielo, de la tierra y del abismo» (Flp 2, 10). De este texto se desprende no sólo el hecho de que la primitiva iglesia se arrodillaba ante Jesucristo, sino también su razón: ella le rinde homenaje públicamente a él, al crucificado, como el Señor del mundo, en el que la promesa del dominio del mundo por el Dios de Israel se ha cumplido. Con ello da testimonio frente a los judíos de su fe en que la Ley y los Profetas hablan de Jesús cuando se refieren al «nombre» de Dios; y, frente a las pretensiones totalitarias de la política, mantiene sometido el culto al emperador al nuevo orden del universo establecido por Jesús, el cual pone sus límites al poder político. En resumen, ella expresa su sí a la divinidad de Jesús. Nos arrodillamos con Jesús; y con sus testigos –a partir de Esteban, Pedro y Pablo– nos arrodillamos ante Jesús; y esto es expresión de la fe en él que desde el principio fue inseparable de su consideración como testimonio visible en este mundo de su relación con Dios y con Cristo. Ese arrodillarse es la expresión corporal de nuestro sí a la presencia real de Jesucristo, que como Dios y hombre, en cuerpo y alma, con carne y sangre está presente entre nosotros.
La urbanidad en la piedad se refiere a los modos y costumbres en la piedad de los fieles; es decir, aquello que se refiere al trato a Dios y el modo de estar en la iglesia
Se da una gran paradoja: si por un lado, hay una distancia infinita entre Dios y el hombre; por el otro, el amor y la confianza que proceden del ser hijos de Dios. Estas dos realidades −respeto y amor− se manifiestan en los espacios, signos y gestos que se realizan en la iglesia y en la liturgia.
Hemos de estar atentos para que la confianza no degenere en falta de respeto. No es verdad que la espontaneidad sea de por sí buena. Depende de qué espontaneidad: se precisa conciliar respeto, confianza y naturalidad. El amor tiene una línea de mínima que es el respeto y la veneración. No puedo amar lo que no respeto.
Hay diversas expresiones de devoción según los ritos, tradiciones y culturas, y por eso hemos de cuidar una serie de detalles como:
• Vestirse dignamente y con cierta elegancia para visitar a Dios.
• Guardar silencio en el recinto sagrado para facilitar el recogimiento y ayudar a que los demás puedan hablar con Dios. El silencio es ya una forma de culto ante la Eucaristía.
• Guardar la hora de ayuno si se va a comulgar. La fila para comulgar no es una cola, es una procesión hacia Jesús. Vamos preparándonos a recibir al Señor. Evitamos llevar las manos en los bolsillos.
• El rito de la paz es un signo, por eso, se da la paz a los más cercanos.
• Seguir la celebración en las diversas posiciones: de pie, sentado y de rodillas.
• No comer, ni mascar chicle..., no hacer muecas ni bromas, o molestar a otros.
• Se saluda al Santísimo en el Sagrario con la genuflexión (la rodilla derecha toca el suelo, con el cuerpo erguido, mirando hacia el sagrario), se venera los altares con la inclinación de cabeza.
• Cuidar la forma de sentarse. Derechos, sin "acostarse" en los bancos.
La urbanidad de la piedad muestra nuestra fe, esperanza y amor. Es respeto y elegancia, aplicado a las cosas de Dios.
El Monte Carmelo y sus protagonistas: el profeta Elías y la Santísima Virgen
La Santísima Virgen y el profeta Elías son dos personas clave, los dos fundadores –si se puede decir así- de la Orden del Carmen, con indumentarias o vestimentas muy significativas, que las entregan a Eliseo y San Simón Stock:
a) El Profeta Elías: como los profetas, como san Juan Bautista, viste con piel de animal (2 Re 1,8): "La piel de los animales muertos recuerda que también el cuerpo de los hombres muere." (Edith Stein) y es, por tanto, una llamada a la conversión.
b) La Virgen María: nos ha entregado la vestimenta del "Escapulario". Signo de su maternal protección; y así, también signo de la salvación y de la nueva Vida en Cristo.
En ambos, en el profeta Elías como en la Santísima Virgen, en sus vestidos nos muestran la doble faceta de la vida cristiana: la dimensión sanante – en "la piel de animal" (la conversión, la transitoriedad de lo terrenal) y la dimensión elevante – en el "escapulario" (la Nueva Vida en Cristo).
La Virgen, Madre y Hermosura del Carmelo, nos reviste con el Santo Escapulario
En dos sentidos una madre confecciona la ropa de sus hijos: Si es verdad que se preocupa de coser un vestido para los hijos, de limpiarlos, prepararlos, arroparlos; no menos verdad es que ella es quien da vestidura carnal a los hijos.
En el caso de María Santísima, es más sublime, porque dota de carne humana al Hijo eterno del Padre; Dios le ha confiado la misión de dotar de vestido humano al Verbo.
ELLA NOS DA A CRISTO, FORMA A CRISTO: La maternidad de María implica no sólo formar a Cristo en sus entrañas purísimas, sino que también es Madre de Su Cuerpo Místico, de la Iglesia. Ella permitió, con su sí, la venida de Cristo, dándole carne humana, pero también permite que se forme en nosotros.
NOS ENTREGA EL ESCAPULARIO: No recuerda la vestimenta bautismal, que debe de ser custodiada y enriquecida por la confesión y la comunión.
En palabras de Juan Pablo II: "Dejarse "revestir de Cristo" por la mediación maternal de Santa María: quien se reviste del escapulario se introduce en la tierra del Carmelo, para "comer sus frutos y sus productos" (cf. Jr 2, 7), y experimenta la presencia dulce y materna de María en su compromiso diario de revestirse interiormente de Jesucristo y de manifestarlo vivo en sí para el bien de la Iglesia y de toda la humanidad (cf. Fórmula de la imposición del escapulario)"
Oración a la Santísima Trinidad compuesta por la Beata Carmelita Isabel de la Trinidad:
"¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí, para instalarme en Ti, inmóvil y serena, como sí mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, mi Dios inmutable, sino que cada momento me sumerja más adentro en la profundidad de tu Misterio. Pacifica mi alma, haz en ella tu cielo, tu morada más querida y el lugar de tu descanso. Que nunca te deje solo allí, sino que esté por entero allí contigo, bien alerta en mi fe, en total adoración y completamente entregada a tu Acción creadora.
¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor! Quisiera ser una esposa para tu Corazón; quisiera cubrirte de gloria; quisiera amarte... hasta morir de amor. Pero conozco mi impotencia, y te pido que me «revistas de ti mismo», que identifiques mi alma con todos los sentimientos de tu alma, que me sumerjas en Ti, que me invadas, que ocupes Tú mi lugar, para que mi vida no sea más que una irradiación de tu Vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.
¡Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándote, quiero ser toda oídos a tu enseñanza para aprenderlo todo de Ti. Y luego, en medio de todas las noches, de todos los vacíos y de toda mi ineptitud, quiero vivir con los ojos clavados en Ti sin apartarme nunca de tu inmensa luz.
¡Oh mi Astro querido! Fascíname de tal manera, que ya nunca pueda salirme de tu radiación.
¡Oh Fuego devorador, Espíritu de Amor! «Ven a mí» para que se produzca en mi alma una especie de encarnación del Verbo: que yo sea para El una humanidad de recambio en la que El pueda renovar todo su misterio.
Y Tú, ¡oh Padre!, inclínate sobre esta pobre criaturita tuya, «cúbrela con tu sombra», y no veas en ella más que a tu «Hijo predilecto, en quien has puesto todas tus complacencias».
¡Oh mis Tres, mi Todo, mi eterna Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo! Me entrego a Ti como víctima. Abísmate en mí para que yo me abisme en Ti, hasta que vaya a contemplar en tu luz el abismo de tus grandezas."
Finamente llegó el más hermoso de los días. ¡Qué inefables recuerdos han dejado en mi alma hasta los más pequeños detalles de esta jornada de cielo...! El gozoso despertar de la aurora, los besos respetuosos y tiernos de las profesoras y de las compañeras mayores... La gran sala repleta de copos de nieve, con los que nos iban vistiendo a las niñas una tras otra. Y sobre todo, la entrada en la capilla y el precioso canto matinal «¡Oh altar sagrado, que rodean los ángeles!»
Pero no quiero entrar en detalles. Hay cosas que si se exponen al aire pierden su perfume, y hay sentimientos del alma que no pueden traducirse al lenguaje de la tierra sin que pierdan su sentido íntimo y celestial. Son como aquella «piedra blanca que se dará al vencedor, en la que hay escrito un nombre nuevo que sólo conoce el que la recibe».
¡Qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi alma...! Fue un beso de amor. Me sentía amada, y decía a mi vez: «Te amo y me entrego a ti para siempre».
No hubo preguntas, ni luchas, ni sacrificios. Desde hacía mucho tiempo, Jesús y la pobre Teresita se habían mirado y se habían comprendido... Aquel día no fue ya una mirada, sino una fusión. Ya no eran dos: Teresa había desaparecido como la gota de agua que se pierde en medio del océano. Sólo quedaba Jesús, él era el dueño, el rey. ¿No le había pedido Teresa que le quitara su libertad, pues su libertad le daba miedo? ¡Se sentía tan débil, tan frágil, que quería unirse para siempre a la Fuerza divina...!
Su alegría era demasiado grande y demasiado profunda para poder contenerla. Pronto la inundaron lágrimas deliciosas, con gran asombro de sus compañeras, que más tarde comentaban entre ellas: «-¿Por qué lloraba? ¿Habría algo que la atormentaba? -No, sería porque no tenía a su madre a su lado, o a su hermana la carmelita a la que tanto quiere». No comprendían que cuando toda la alegría del cielo baja a un corazón, este corazón desterrado no puede soportarlo sin deshacerse en lágrimas... No, el día de mi primera comunión, no me entristecía la ausencia de mamá: ¿no estaba el cielo dentro de mi alma, y no ocupaba en él un lugar mi mamá desde hacía mucho tiempo? Entonces, al recibir la visita de Jesús, recibía también la de mi madre querida, que me bendecía y se alegraba de mi felicidad...
Y no lloraba tampoco la ausencia de Paulina. Qué duda cabe que me habría encantado verla a mi lado, pero hacía mucho tiempo que había aceptado ese sacrificio. Aquel día, sólo la alegría llenaba mi corazón; y yo me unía a mi Paulina, que se estaba entregando de manera irrevocable a Quien tan amorosamente se entregaba a mí...
Por la tarde, fui yo la encargada de pronunciar el acto de consagración a la Santísima Virgen. Era justo que yo, que había sido privada tan joven de la madre de la tierra, hablase en nombre de mis compañeras a mi Madre del cielo. Puse toda mi alma al hablarle y al consagrarme a ella, como una niña que se arroja en los brazos de su Madre y le pide que vele por ella. Y creo que la Santísima Virgen debió de mirar a su florecita y sonreírle. ¿No la había curado ella con su sonrisa visible...? ¿No había ella depositado en el cáliz de su florecita a su Jesús, la Flor de los campos y el Lirio de los valles...?